A John no le importaba mucho Dios hasta marzo de 1748. En uno de sus viajes, mientras transportaba oro, hierro y otros metales, se levantó una tempestad tan grande que puso en juego su propia vida. Se humilló y pidió perdón a Dios por ser un blasfemo, por haberle dado la espalda todo este tiempo. Toda su vida él había negado la existencia de Dios; había decidido vivir una vida de derroches, pecados, lujurias y hechos vergonzosos; Pero allí, en alta mar, reconoció lo pequeño y efímero que era y recurrió a la única fuente se salvación: Dios.
El barco llegó a Irlanda y ya en tierra, John decidió sumergirse en el estudio profundo de la Biblia. No pasó mucho tiempo (6 semanas) para que fuera contratado y navegara otra vez, en esta ocasión el viaje tendría como rumbo el continente africano. Ahora la carga era diferente: transportaría esclavos. Vender esclavos en esa época era algo común; todo el mundo lo hacía.
Vienen a mi mente estas preguntas (y quizás a la tuya también): ¿Por qué John a pesar de ser creyente, no veía el vender esclavos como algo pecaminoso? ¿Por qué a pesar de haber estudiado tanto la biblia, su vida no parecía haber sido transformada?
John aun no entendía el significado de la palabra GRACIA y al igual que él, él creyente no podrá vivir una vida plena y abundante hasta que no lo comprenda.
Si, es muy probable que sepas el significado de gracia (y si no, quizás andas buscando un diccionario en este preciso momento). Gracia quiere decir regalo/ favor no merecido; si, suena algo simple, pero ¿realmente lo comprendemos?
Si estás familiarizada con la biblia, sabrás que en el antiguo testamento, el pueblo de Israel sacrificaba animales una y otra vez para poder expiar sus pecados y poder gozar de una relación (aunque muy limitada) con Jehová. (Éxodo 29:38-46) . Este ritual les hacía recordar lo horrible que era estar separados de Él; pero también les recordaba que Jehová es su Dios.
Estos sacrificios no eran suficientes, era necesario que un cordero puro y sin mancha fuera inmolado y sacrificado por TODOS nosotros. Dios mismo fue el ese cordero inmolado, Jesús fue ofrecido en sacrificio por nosotros; una sola vez y para siempre. (Hebreos 9:11-14).
Lamentablemente, hoy en día actuamos como si ese sacrificio no tuviera significado alguno. A pesar de que lo recordamos diariamente mediante letreros, pensamientos, tratados, y/o frases; también lo recordamos el día que celebramos la santa cena. La mayoría de veces, olvidamos que este acto se trata de celebrar, no solo su muerte y resurrección, se trata de recordar su GRACIA para con nosotras; pero la celebración de la santa cena se ha convertido en un tipo de comida rápida: una simple y diminuta copa de vino, un trozo delgado y pequeño de pan.
Nuestra actitud en cambio, debe ser ver esa copa de vino, ese trozo de pan como el pago de nuestros pecados. Debemos llorar destrozadas porque no somos dignas, no merecemos ni una sola pizca de la gracia de Dios. Nosotras merecemos el castigo eterno, merecemos la ira de Dios... Pero (amo ese pero) Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 5:8
Por no entender plenamente lo que significa el sacrificio de Cristo en la cruz, vivimos un cristianismo ligero (aunque no creo que eso deba llamarse cristianismo); vivimos vidas centradas en nosotras mismas. Nos Empeñamos en terminar una carrera “Prestigiosa”, dedicamos más tiempo a la TV, Gym, Salón de belleza y no cultivamos una relación personal con Dios. Nos empeñamos cada día en ocultar o señalar pecados, antes que correr y abrazar la gracia de nuestro Dios.
¿Recuerdas la historia de John? pues luego de muchos años se retiró del negocio y abandonó la venta de esclavos; ahí fue cuando comprendió el significado de la gracia de Dios. Arrepentido por su inmenso pecado, abrazó el perdón que solo Dios puede brindar; se rindió a sus pies y Dios le usó grandemente. Si, el mismo John que vendía esclavos, fue el mismo que escribió ese hermoso himno “Sublime Gracia” (Amazing Grace, John Newton).
Dios anhela una relación personal con sus hijos, Dios quiere que cada una de nosotras seamos despertadas, Dios quiere que nuestras vidas reflejen su evangelio; Pero la única forma de lograrlo es rindiéndonos a sus pies, que abracemos su gracia.