Me pasaban cosas muy singulares durante mi adolescencia. El señor me permitía experimentar el mundo espiritual y conocer de Él.
Este pasaje en especifico me remonta a uno de esos días que tuve una experiencia directa con el Padre. Ese día mientras estaba en el colegio y había cambio de maestros por asignatura una de mis compañeras tenía un cuaderno con una portada impactante. En esta estaba una mujer en el suelo, rodeada de muchas personas con piedras en sus manos y frente a ella un hombre de túnica y cabello ensortijado, barba y aspecto relajado escribiendo con su dedo en la tierra; es como si en mi espíritu me introduje en la portada y pude escuchar la dulce voz de aquel hombre cuando le dijo: ni yo te condeno.
Sentí mi cuerpo reaccionaba a la voz de aquel y entonces volví a mi realidad percatandose de que en cuestión de segundos el Padre me hizo presenciar una de las escenas más importantes de la historia del evangelio.
Esta mujer fue sorprendida en un acto repugnante, un acto que era condenado por Dios y por los hombres; pero cuando fue llevada a una especie de juicio su actitud fue de humillación y con su cabeza hacia abajo tirada en el suelo lista para ser lapidada por la multitud reconoció que había fallado y esto le abrió las puertas de la misericordia del Rey.
No sabía a mis dieciséis años que un día también me vería allí, a los pies del cordero y casi lapidada, esta vez no por la causa de la mujer pero prácticamente en él mismo escenario; adoro al padre por su efectiva y contundente respuesta.
Si hoy te encuentras en acciones pecaminosas, si del camino correcto te has desviado, si de odio tu corazón has llenado, si todos con el dedo te han señalado, aun tienes la oportunidad de apartarte del mal y de a Jesus mirar. Sujetate a las promesas de Dios, de que si te arrepientes, en el puedes encontrar perdón; El esta siempre dispuesto a recibirte de brazos abiertos y a decirte dulcemente ¡ni yo te condeno!
Escrito por: Raydania Mena de Griffith.
Barahona, República Dominicana